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Estrés, inmunodepresión y telómeros

Hoy en día, todos sabemos que el estrés puede afectar a personas de cualquier edad, género y circunstancias personales y que puede dar lugar a problemas de salud tanto físicos como psicológicos.

Aunque el estrés puntual puede ser beneficioso para ayudarnos a enfrentar algunas tareas al liberarse una pequeña cantidad de cortisol (una hormona que en dosis pequeñas aumenta nuestra atención y memoria a corto plazo), una cantidad excesiva de estrés resulta perjudicial para la salud, ya que puede afectar adversamente al sistema inmunitario, al sistema nervioso central, al sistema cardiovascular y al sistema neuroendocrino. De hecho, el estrés crónico anula en parte al sistema inmunitario, lo que nos vuelve más vulnerables a las infecciones, hace que produzcamos menos anticuerpos en reacción a las vacunas y que nuestras lesiones tarden más en curarse.

Durante años, los científicos no estaban seguros de cómo podía el estrés dañar nuestro sistema inmunitario. La respuesta a esa incógnita son los telómeros. Aquellas personas que padecen estrés crónico tienen los telómeros más cortos, lo que puede derivar en el envejecimiento prematuro de los inmunocitos, lo que a su vez implica un peor funcionamiento inmunitario. Por lo tanto, existe una relación significativa entre el estrés, la inmunodepresión y los telómeros.

Los telómeros son regiones de secuencias repetidas de nucleótidos que se encuentran en ambos extremos de cada cromosoma. Estas estructuras protegen el genoma de la degradación nucleotídica, la recombinación innecesaria y la fusión intercromosomal. Por consiguiente, los telómeros juegan un papel crucial en la preservación de la información en nuestro genoma.

Es importante subrayar que el acortamiento de los telómeros ocurre en cada replicación de ADN y, si continúa, conduce a la degradación cromosómica y muerte celular. La longitud de los telómeros en humanos se estima que decrece a una tasa de 24,8-27,7 pares de bases por año. Así que la longitud de los telómeros puede servir como un reloj biológico para determinar la esperanza de vida de una célula y un organismo.

La telomerasa es la enzima responsable de mantener la longitud de los telómeros. La telomerasa es una ribonucleoproteína que compensa el acortamiento de los telómeros mediante transcripción inversa usando su ARN intrínseco como molde (Shay, Zou, Hiyama & Wrigh, 2001). En las células germinales y tejidos con altas tasas de renovación, la telomerasa está activada y mantiene la integridad y la estabilidad del genoma, asegurando la transmisión de la longitud total del telómero en cada división celular (Hiyama & Hiyama, 2003).

Entonces, ¿qué le ocurre a las personas expuestas a altos niveles de estrés en su vida diaria? Pues bien, las evidencias muestran que se produce un incremento en el estrés oxidativo, una reducción de la actividad de la telomerasa y por ende presentan telómeros más cortos. Esto indica que tienen mayor riesgo de aparición temprana de enfermedades relacionadas con la edad.

En adición, el estrés afecta de forma adversa a la salud y la longevidad mediante el estrés oxidativo que es uno de los factores más relevantes en el acortamiento telomérico y, por tanto, en el envejecimiento y la aparición de distintos tipos de cáncer. También a telómeros más cortos, sistema inmunitario más débil. Los linfocitos T son las células del sistema inmunitario que nos ayudan a proteger el cuerpo de las infecciones y a combatir el cáncer. Estas células se denominan linfocitos T porque se alojan en el timo, una glándula ubicada en el pecho, bajo el esternón. Cuando los linfocitos T maduran, abandonan el timo y circulan continuamente por todo el cuerpo. Cada linfocito T cuenta con un receptor único en su superficie. Contamos con un repertorio enormemente variado, cada uno con la capacidad de reconocer un único antígeno o virus. Por lo que, cuando nos infectamos por un virus determinado, los linfocitos T que tienen ese receptor específico deben engendrar mucha prole para combatir esa infección. Durante este proceso de división celular masiva, la producción de telomerasa se intensifica hasta niveles extremos; sin embargo, no logra mantener el ritmo acelerado de acortamiento de los telómeros, y al cabo de un tiempo, la reacción de producción de telomerasa se va debilitando y los telómeros de esos linfocitos T combatientes siguen acortándose. Cuando se acortan los telómeros de un linfocito T, este envejece y pierde el marcador de superficie CD28, que es imprescindible para organizar una respuesta inmunitaria buena. Los antígenos de bacterias, virus o células cancerosas no se eliminan del cuerpo. Por este motivo, las personas con células envejecidas (ancianos y personas que sufren estrés crónico) son tan vulnerables a enfermedades.

En un estudio realizado por Sheldon Cohen, pidió a una serie de voluntarios sanos y jóvenes que viviesen aislados en hoteles para poder estudiar los efectos de administrarles una inhalación nasal del virus que causa el resfriado común, antes de medir sus telómeros. Los que tenían telómeros más cortos en sus inmunocitos, y especialmente en sus linfocitos CD8, contrajeron el resfriado con mayor rapidez y presentaron síntomas más acusados.

Por otro lado, en otro estudio sobre cuidadoras familiares, tomaron muestras de sangre a madres que tenían en casa un hijo con autismo. Descubrieron que aquellas madres cuidadoras tenían menos telomerasa en sus linfocitos CD8, lo que sugería que corrían el riesgo de que sus telómeros se fuesen acortando progresiva y drásticamente con el paso de los años.

Asimismo, la inmunóloga de la Universidad de California Rita Effros y pionera de la investigación sobre el envejecimiento, ha creado lo que se llama "estrés en una placa", demostrando que exponer a células inmunitarias a la hormona del estrés reduce su concentración de telomerasa. 

En conclusión, todas ellas son razones convincentes para que aprendamos a reaccionar ante el estrés de una forma saludable e intentemos evitar al máximo las situaciones que nos generen estrés, puesto que, claramente, el estrés crónico afecta de una manera directa a la salud facilitando la aparición de determinadas enfermedades o acelerando el progreso de una enfermedad crónica ya existente. 

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Claves para lograr un envejecimiento normal y exitoso

Desde el punto de vista neuropsicológico se diferencian dos grandes tipos de envejecimiento: el envejecimiento normal y el envejecimiento patológico. Por envejecimiento normal se entiende aquel que experimenta la mayoría de la población, en el que no existen patologías neurodegenerativas y el deterioro cognitivo es atribuible a los cambios que se producen en un cerebro sano al envejecer (Barroso, Correia, & Nieto, 2011).

En relación a los cambios que se producen en el cerebro sano al envejecer, la “hipótesis frontal del envejecimiento” (Demster, 1992; Wenster, 2000; citado en Barroso, Correia, & Nieto, 2011), la cual ha sido muy criticada desde la comunidad científica, considera que el deterioro cortical frontal, la degeneración de estructuras subcorticales como el núcleo caudado y la afectación de sustancia blanca que conecta estas estructuras son responsables de la mayoría de cambios cognitivos acontecidos durante el envejecimiento normal. Por consiguiente, no es de extrañar que la mayoría de las capacidades prefrontales se vean afectadas durante el envejecimiento normal: fluidez verbal, inhibición, flexibilidad cognitiva, planificación, memoria de trabajo, entre otras. Dichos déficits se traducen en una marcada preferencia por la rutina y una menor tolerancia a las improvisaciones y dificultades a la hora de realizar tareas en paralelo o alternar entre ellas; de manera que la mayoría de actividades quedan inacabadas o mal ejecutadas, lo que genera en el individuo fracaso y frustración, y que puede generar apatía, desgana, falta de iniciativa, lo que, a su vez, conlleva aislamiento y retraimiento en la persona mayor.

En adición, el deterioro de la memoria en el envejecimiento normal es más común en la memoria episódica que en la semántica, encontrándose las dificultades más en las fases de adquisición y evocación espontánea de la información que en la consolidación de la misma. Señalar que esta afectación mnésica muestra mayor asociación con el deterioro corticosubcortical frontal citado anteriormente que con un patrón de afectación temporomedial (Hallan, Price, & Larue, 2003; citado en Barroso, Correia, & Nieto, 2011). Esta diferenciación es muy útil, puesto que puede facilitar el diagnóstico diferencial del deterioro cognitivo en el envejecimiento.

Al igual que la memoria, el lenguaje es otro de los dominios cognitivos que mayor información aporta al diagnóstico diferencial, ya que en el envejecimiento normal, éste no muestra casi deterioro, observándose únicamente una leve anomia (que se hace evidente en el habla espontánea), disminución de la fluidez verbal (semántica y fonológica), dificultad para la comprensión de estructuras gramaticales complejas y dificultad en la descripción de objetos (Roy & Garzón, 2011). 

Asimismo, el enlentecimiento de la velocidad de procesamiento que se observa en la vejez a nivel cognitivo y motor, los déficits sensoriales, la familiaridad de la tarea y posibles tratamientos de enfermedades concomitantes deben ser tenidos en cuenta a la hora de valorar el perfil de afectación, por lo que, en este sentido, debemos también ser cautos.

Por otro lado, subrayar la  importancia que cobran todos los cambios psicosociales que se  experimentan a estas edades (pérdida de la pareja, aislamiento, soledad, etc.), puesto que son frecuentemente originarios de depresión, debido a que su etiología, como en jóvenes, es biopsicosocial. En relación a este aspecto, aclarar que en la depresión de inicio tardío (después de los 60 años) existe menor frecuencia de antecedentes psiquiátricos y mayor presencia de síntomas psicóticos (ideas paranoides de robo, etc.). También es importante recalcar que la evolución a demencia es una complicación frecuente en la depresión tardía, especialmente en los cuadros con afectación cognitiva importante. De hecho, no debemos olvidar que el deterioro cognitivo leve (estadio transicional entre el deterioro cognitivo normal por el envejecimiento y el deterioro más grave de la demencia) se halla presente en más del 60% de los pacientes con depresión geriátrica (Dechent, 2008). Por lo cual, en estos casos, a mayores, se recomienda realizar evaluaciones neuropsicológicas periódicas para observar la respuesta al tratamiento y la evolución del cuadro.

No obstante, tampoco debemos obviar los factores protectores del envejecimiento. A este respecto, son muchos los datos de investigaciones que avalan el nivel de educación y su efecto protector sobre el envejecimiento cognitivo. Aunque la mayoría de estudios apoyan que el nivel educativo alto retrasa la aparición de demencia, existen divergencias en cuanto a su evolución. Así, cuando aparecen las manifestaciones clínicas de enfermedad neurodegenerativa, las personas con un alto nivel educativo presentan un declive más rápido, debido a que en el momento de realizar el diagnóstico la lesión es mayor que cuando se realiza el diagnóstico a personas con bajos niveles educativos. El mecanismo por el que este factor ejerce sus efectos positivos no está exento de controversia: unos sugieren que puede tener un efecto beneficioso sobre el establecimiento de los circuitos y funciones cerebrales en las primeras etapas de vida y otros argumentan que la educación fomenta la realización de actividades intelectuales a lo largo del ciclo vital, las cuales contribuyen al mantenimiento de la función cognitiva (Ballesteros et al., 2016).

Ahora bien, lo que sí debemos tener en cuenta es que la reserva cognitiva, capacidad que tiene el cerebro de compensar el deterioro relacionado con el paso de los años o una determinada patología, no solamente depende del nivel educativo o algún otro factor relacionado, sino también de que se haya adoptado un estilo de vida saludable.

Por último, otro importante aspecto a considerar es que de la calidad de vida de los mayores va a depender en gran medida de que envejezcan de forma normal o que tengan un envejecimiento patológico. Atendiendo a estas consideraciones, indicar que el buen funcionamiento cognitivo va a ser uno de los principales determinantes de la calidad de vida de estas personas y el pilar de lo que se conoce como "envejecimiento normal y exitoso" (Ballesteros et al., 2016).

En conclusión, hoy en día, es más necesario que nunca conocer los factores protectores del envejecimiento, los factores que pueden mejorar la calidad de vida de los mayores y las diferentes intervenciones que pueden aumentar el bienestar físico, cognitivo, psicológico y social de estas personas con el objetivo de lograr un "envejecimiento normal y exitoso" (Ballesteros et al., 2016).


Envejecimiento normal versus Envejecimiento patológico

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