La práctica del mindfulness o atención plena se puede definir como la conciencia sin prejuicios de la experiencia en el momento presente con una actitud de aceptación y afecto (Bishop, Shapiro, Carlson, Anderson, & Carmody, 2004). Este estado de conciencia puede entrenarse y repercute muy positivamente en el bienestar físico y emocional de las personas que lo llevan a cabo. Además, implica una toma de conciencia de la realidad, facilitando así la posibilidad de eventuales cambios.
Hasta el presente, los cambios fisiológicos que produce la meditación son indudables. García-Trujillo y González de Rivera (1992) afirman que la introducción de estados alterados de conciencia por procesos psicológicos de concentración o meditación se acompaña de los siguientes cambios fisiológicos: disminución del tono muscular; respiración más lenta, profunda y rítmica; enlentecimiento y mayor regularidad del ritmo cardíaco; aumento de la resistencia epitelial galvánica; disminución de las respuestas no específicas; mayor persistencia y difusión de ritmo alfa; efectos positivos en neuroinmunomodulación y modificaciones en la secreción de ciertas hormonas (disminución de cortisol en sangre, de prolactina, etc.). A este respecto, Goyal (2014), investigador de la Universidad Johns Hopkins, en su estudio incluso concluye que “la meditación centrada” (una forma budista que centra la atención en el presente sin juicio sobre lo que ocurre) no solamente demostró la posibilidad de aliviar algunos síntomas dolorosos, sino que proporcionó alivio a algunos síntomas de la ansiedad y la depresión que otros estudios han encontrado en los medicamentos antidepresivos.
Por otro lado, las intervenciones terapéuticas basadas en mindfulness ya no resultan extrañas para nadie, muy por el contrario, podríamos decir que hasta resultan familiares, y ello es debido a la creciente irrupción de las prácticas meditativas orientales en la teoría y práctica de la psicoterapia, en especial en el seno de las terapias cognitivas y las terapias llamadas de tercera generación (Simón, 2007). De hecho, hoy en día existen intervenciones terapéuticas basadas en mindfulness con el suficiente aval empírico en este y otros campos; entre ellas destacan algunas de las más divulgadas como son la intervención para la reducción del estrés basada en la atención plena (Kabat-Zinn, 1990), la terapia cognitiva basada en la atención plena (Segal, Willians, & Teasdale, 2013) o la terapia conductual dialéctica (Linehan, 1993a, 1993b).
En este sentido, quiero subrayar que las intervenciones basadas en mindfulness son uno de los tratamientos no farmacológicos más novedoso en el abordaje de la demencia. Pero, por el momento, aunque existe bastante evidencia empírica sobre su eficacia como parte del tratamiento integral de las demencias, son escasos los estudios que se han realizado, por lo que se puede afirmar que se trata de un campo todavía en pleno desarrollo.
Así pues, un protocolo basado en mindfulness podría ser una intervención prometedora en este ámbito, ya que los tratamientos basados en mindfulness han mostrado durante su práctica lo siguiente: un incremento de la irrigación cerebral en áreas corticales y subcorticales incluido el hipocampo (Lazar et al., 2005; Hölzel et al., 2011); un aumento en la conectividad y la densidad neuronal (Kang et al., 2013); cambio de la función cerebral en estado de reposo (Taylor et al., 2013) y la activación de áreas cerebrales que intervienen en la atención (Farb et al., 2013), la consciencia corporal (Siegel, 2007) y la regulación emocional (Tang & Posner, 2013). Subrayar que dichas capacidades se deterioran a lo largo de la enfermedad de Alzheimer y otras demencias, por tal razón, entrenar mindfulness debería ser muy beneficioso.
No obstante, a pesar de estas evidencias, todavía se debe ser cauto, porque la neurociencia del mindfulness y sus correlatos neuroanatómicos están en una fase inicial de estudio, tal y como recogen las últimas revisiones.
Hasta el presente, los cambios fisiológicos que produce la meditación son indudables. García-Trujillo y González de Rivera (1992) afirman que la introducción de estados alterados de conciencia por procesos psicológicos de concentración o meditación se acompaña de los siguientes cambios fisiológicos: disminución del tono muscular; respiración más lenta, profunda y rítmica; enlentecimiento y mayor regularidad del ritmo cardíaco; aumento de la resistencia epitelial galvánica; disminución de las respuestas no específicas; mayor persistencia y difusión de ritmo alfa; efectos positivos en neuroinmunomodulación y modificaciones en la secreción de ciertas hormonas (disminución de cortisol en sangre, de prolactina, etc.). A este respecto, Goyal (2014), investigador de la Universidad Johns Hopkins, en su estudio incluso concluye que “la meditación centrada” (una forma budista que centra la atención en el presente sin juicio sobre lo que ocurre) no solamente demostró la posibilidad de aliviar algunos síntomas dolorosos, sino que proporcionó alivio a algunos síntomas de la ansiedad y la depresión que otros estudios han encontrado en los medicamentos antidepresivos.
Por otro lado, las intervenciones terapéuticas basadas en mindfulness ya no resultan extrañas para nadie, muy por el contrario, podríamos decir que hasta resultan familiares, y ello es debido a la creciente irrupción de las prácticas meditativas orientales en la teoría y práctica de la psicoterapia, en especial en el seno de las terapias cognitivas y las terapias llamadas de tercera generación (Simón, 2007). De hecho, hoy en día existen intervenciones terapéuticas basadas en mindfulness con el suficiente aval empírico en este y otros campos; entre ellas destacan algunas de las más divulgadas como son la intervención para la reducción del estrés basada en la atención plena (Kabat-Zinn, 1990), la terapia cognitiva basada en la atención plena (Segal, Willians, & Teasdale, 2013) o la terapia conductual dialéctica (Linehan, 1993a, 1993b).
En este sentido, quiero subrayar que las intervenciones basadas en mindfulness son uno de los tratamientos no farmacológicos más novedoso en el abordaje de la demencia. Pero, por el momento, aunque existe bastante evidencia empírica sobre su eficacia como parte del tratamiento integral de las demencias, son escasos los estudios que se han realizado, por lo que se puede afirmar que se trata de un campo todavía en pleno desarrollo.
Así pues, un protocolo basado en mindfulness podría ser una intervención prometedora en este ámbito, ya que los tratamientos basados en mindfulness han mostrado durante su práctica lo siguiente: un incremento de la irrigación cerebral en áreas corticales y subcorticales incluido el hipocampo (Lazar et al., 2005; Hölzel et al., 2011); un aumento en la conectividad y la densidad neuronal (Kang et al., 2013); cambio de la función cerebral en estado de reposo (Taylor et al., 2013) y la activación de áreas cerebrales que intervienen en la atención (Farb et al., 2013), la consciencia corporal (Siegel, 2007) y la regulación emocional (Tang & Posner, 2013). Subrayar que dichas capacidades se deterioran a lo largo de la enfermedad de Alzheimer y otras demencias, por tal razón, entrenar mindfulness debería ser muy beneficioso.
No obstante, a pesar de estas evidencias, todavía se debe ser cauto, porque la neurociencia del mindfulness y sus correlatos neuroanatómicos están en una fase inicial de estudio, tal y como recogen las últimas revisiones.