A principios de este siglo, dos expertos en salud ambiental, Phillipe Grandjean y Philip Landrigan, detectaban un aumento de la incidencia de trastorno del espectro autista (TEA), trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y otros problemas cognitivos y conductuales en niños, y lo atribuían a un conjunto de conocidos neurotóxicos como el metilmercurio, el plomo o el tolueno. También advertían la existencia de más compuestos dañinos sin identificar para los cerebros en desarrollo y de que la mayoría de ellos podrían proceder del tráfico. En 2014, en The Lancet Neurology, ambos médicos lo describieron como una "pandemia de neurotoxicidad en niños".
En 2010, un grupo de investigadores, liderados por Jordi Sunyer, decidieron buscar un posible vínculo entre la calidad del aire y el aprendizaje infantil. La hipótesis inicial pronto fue respaldada por los resultados obtenidos en este y otros trabajos recogidos en el proyecto BREATHE. En dichos trabajos, con una muestra de casi 3000 escolares de distintos barrios de Barcelona, comprobaron que la polución procedente del tráfico tiene un efecto negativo sobre el desarrollo de funciones cognitivas como la memoria de trabajo y la atención y, por consiguiente, en el aprendizaje infantil. Pero estos estudios no solo apuntaban a la existencia de efectos perjudiciales de la contaminación del aire sobre las funciones cognitivas de los niños en edad escolar, sino también a cambios funcionales en este órgano.
Además, este grupo de investigadores consiguió confirmar que la contaminación respirada por las madres ya afecta al cerebro infantil desde la última fase de gestación. De acuerdo con los resultados de este estudio, la exposición prenatal a partículas finas (PM2,5), especialmente durante el último trimestre del embarazo, puede inducir cambios estructurales en el cuerpo calloso observables en niños de entre 8 y 12 años. Concretamente, un aumento de 7μg/m3 en los niveles de estas partículas se asoció con una reducción de casi el 5% del volumen medio del cuerpo calloso. Jordi Sunyer, líder de la investigación y jefe del
programa de Infancia y Medioambiente de ISGlobal, afirma que estos datos son muy preocupantes por tres razones: en primer lugar, porque los datos provienen de exposición prenatal crónica a niveles de PM2,5 que no exceden el valor límite establecido por la Unión Europea (25 μg/m3); en segundo lugar, porque, aunque no se trate de una alteración específica de estos trastornos, la reducción del volumen del cuerpo calloso es una característica común del TDAH y del TEA; en tercer lugar, porque los niños con el volumen del cuerpo calloso reducido en un 5% mostraron niveles de hiperactividad más altos.
Otro estudio realizado por el Cincinnati Children’s Hospital Medical Center también sugiere que la exposición significativa de la primera infancia a la contaminación del aire relacionada con el tráfico está asociada con cambios estructurales en el cerebro a la edad de 12 años. Este estudio encontró que los niños con niveles más altos de exposición al nacer tuvieron reducciones a la edad de 12 años en el volumen de materia gris y en el grosor cortical cerebral en comparación con los niños con niveles más bajos de exposición, afectando a regiones específicas del lóbulo frontal, parietal y el cerebelo. De modo que, los resultados de este estudio también confirmarían el cambio de la estructura del cerebro por exposición a la contaminación del aire relacionada con el tráfico a edades tempranas.
Por otro lado, en adultos, investigadores de la University of British Columbia analizando datos de 678,000 adultos en Metro Vancouver, descubrieron que vivir a menos de 50 metros de una carretera principal o menos de 150 metros de una carretera está asociado con un mayor riesgo de desarrollar demencia, la enfermedad de Parkinson, Alzheimer y esclerosis múltiple (EM), probablemente debido a una mayor exposición a la contaminación del aire. Estos investigadores también encontraron que vivir cerca de espacios verdes, como los parques, tiene efectos protectores contra el desarrollo de estos trastornos neurológicos.
En adición, según expertos de la Sociedad Española de Neurología y de la Fundación del Cerebro, hasta el 30% de los ictus que se producen cada año son atribuibles a la contaminación del aire. En este sentido, un estudio del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), el Hospital del Mar y el Institut de Salut Global Barcelona (ISGlobal), que publicó la revista Enviromental Research, revela que la contaminación de los motores diésel tiene una relación directa con el riesgo de sufrir un ictus aterotrombótico. Este estudio analizó la posible influencia de dos contaminantes, las PM2.5 y el carbón negro, en el riesgo de sufrir un ictus. Cabe subrayar que ya estudios realizados con anterioridad habían demostrado el incremento de la mortalidad por ictus a largo plazo a causa de la contaminación atmosférica y la relación entre los altos niveles de hollín en la atmósfera y las muertes por patologías cardiovasculares.
Por tanto, la conclusión de estas y otras investigaciones es clara: la contaminación ambiental perjudica seriamente la salud de nuestros cerebros. Por esta razón, no debemos obviar la importancia de los resultados de estos y otros estudios al respecto, ya que confirman que la exposición a los contaminantes del aire al inicio de la vida y en la infancia es una amenaza para el neurodesarrollo y un obstáculo para que los niños y niñas alcancen su pleno potencial, además de una amenaza para la salud de toda la población.
Así pues, he decidido escribir este artículo con la intención de que mis lectores tomen conciencia y abran los ojos sobre lo que sucede a nuestro alrededor y sobre que la educación ambiental y la conciencia ambiental deben ser pilares fundamentales de nuestra sociedad y de la nueva economía, no solo para dejar un mundo mejor a nuestros hijos, sino también para disfrutar en el presente nosotros mismos de este maravilloso planeta en el que vivimos gozando de plena salud. ¿Te apuntas a cambiar tus hábitos diarios para contribuir a reducir los niveles de contaminación?