El daño cerebral adquirido (DCA) tiene graves consecuencias sobre el funcionamiento cognitivo, las habilidades comunicativas y la capacidad para regular la conducta y las emociones. Todo ello hace que sea frecuente que no cuenten con los mecanismos necesarios para relacionarse de forma adecuada con otras personas y muy a menudo presenten déficits en sus habilidades sociales (HHSS). De hecho, el cambio en el funcionamiento social constituye una de las consecuencias más comunes e incapacitantes después de una lesión cerebral (Levin et al., 1987; Bond & Godfrey, 1997; citados en Ojeda, Ezquerra-Iribarren, Urruticoechea-Sarriegui, Quemada-Ubis, & Muñoz-Céspedes, 2000). Algunos estudios epidemiológicos apuntan a que la prevalencia de estas alteraciones varía entre el 40 y el 80% de los casos (dependiendo del tipo y la gravedad del daño) y la reducción del nivel de HHSS que se observa en estos individuos está notablemente condicionada por el nivel de funcionamiento general de la persona afectada.
Las manifestaciones clínicas del DCA varían desde una leve acentuación de la personalidad premórbida a un cambio sustancial de la personalidad. Así, entre las consecuencias más comunes que se describen está la inestabilidad emocional, la ansiedad, la tendencia al aislamiento, una menor tolerancia a la frustración, la irritabilidad, la agresividad verbal y física, el egocentrismo, el infantilismo, la desinhibición, el deterioro en la capacidad de introspección y la disminución de la sensibilidad social, cuya forma e intensidad dependerá de múltiples factores (su personalidad premórbida, localización y gravedad de la lesión, el entorno del paciente, etc.). Todas estas alteraciones psicopatológicas descritas pueden producir los siguientes déficits en HHSS: uso inadecuado del sentido del humor; falta de adecuación en la expresión y control de afectos y emociones; estilo de comunicación agresivo; dificultad para relativizar la importancia de la opinión personal; dificultades de negociación; escasa capacidad de resolución de problemas; centralización del tema de conversación en sí mismos; falta de capacidad de escucha; intento de imponer su opinión al grupo; falta de capacidad de modulación de la conducta social; empleo de un lenguaje inapropiado para el contexto; verborrea; dificultad para centrarse en el contenido de la conversación; apatía; desinterés social; dificultades en habilidades conversacionales; dificultades de percepción de feedback externo; dificultades para modificar y ajustar la comunicación en función de cómo se desarrolla una situación específica o para comprender la relación secuencial entre diferentes hechos y falta de capacidad de insight. Además, se debe tener en cuenta que los pacientes con dificultades de pensamiento abstracto presentarán problemas para adoptar el punto de vista del otro, lo que afectará, todavía más, a su capacidad de adoptar la perspectiva necesaria en las relaciones con otras personas.
Por consiguiente, queda patente que los déficits a nivel intelectual, cognitivo, conductual y de la comunicación modifican notablemente el modo, la calidad y la frecuencia con que estos pacientes se relacionan (p. ej. : no inician interacciones, no conversan con los demás, se inhiben en situaciones de interacción, presentan tendencia al aislamiento o tienen dependencia de otros, etc.). En realidad, todos estos déficits y dificultades descritas inciden negativamente en la calidad de vida de estos pacientes y condicionan significativamente su ajuste familiar y social, produciéndose en algunos casos un incremento notable del riesgo de divorcio (Kwasnica & Heinemann, 1994; Peters, Stambrook, & Moore, 1990; citados en Ojeda et al., 2000), la pérdida de contacto con amigos previos (Levin et al., 1987; Morton & Wehman, 1995; citados en Ojeda et al., 2000) y una tendencia al aislamiento social que a menudo persiste en el tiempo (Levin et al., 1987; Oddy, Coughlan, & Tyerman, 1985; Finset, Dyrnest, Krogstad, & Berstad, 1995; citados en Ojeda et al., 2000). En otros casos, constituye uno de los principales obstáculos para lograr la reinserción laboral, aspecto directamente relacionado con el éxito del proceso rehabilitador.
Así pues, todo ello justifica la puesta en marcha de programas de entrenamiento en HHSS como un elemento esencial de la rehabilitación neuropsicológica de estos pacientes que incluyan diferentes áreas de intervención (entrenamiento en habilidades conversacionales, entrenamiento en habilidades comprensivas y expresivas, entrenamiento en habilidades pragmáticas, entrenamiento en asertividad, entrenamiento en comunicación no verbal, entrenamiento en resolución de problemas) (Ojeda et al, 2000).
En adición, los problemas relacionados con la Teoría de la mente (ToM) y los problemas en la capacidad de empatizar son los que mayor exclusión generan a las personas con DCA como consecuencia de su insensibilidad, su falta de consideración y su marcada indiferencia ante las necesidades de los demás o frente a otras circunstancias a tener en cuenta relacionadas con el entorno. De hecho, la disminución de la capacidad empática cognitiva y emocional, presente en un porcentaje elevado de pacientes con DCA, les dificulta la convivencia con otras personas tanto en el entorno familiar como social. En concreto, en la vida cotidiana de estos pacientes nos podemos encontrar las siguientes dificultades: falta de sensibilidad hacia los sentimientos de otras personas; incapacidad para tener en cuenta lo que otra persona piensa; incapacidad para “leer” el nivel de interés del oyente en la conversación o sus intenciones para entablar una amistad; incapacidad para anticipar lo que otra persona podría sentir/pensar de las propias acciones; incapacidad para comprender malentendidos/engaños/bromas; incapacidad para comprender las razones que subyacen a las acciones de las personas e incapacidad para comprender las creencias y deseos de los demás y las reglas no escritas o convenciones.
Ante esta problemática, se recomienda también la rehabilitación de la empatía (componente cognitivo y emocional) a través de tareas y experiencias tales como trabajar el reconocimiento de emociones en los otros, entender una expresión emocional, ayudarles a ir más allá de la literalidad de las expresiones, etc., y facilitar el desarrollo de representaciones mentales de los otros más globales y ajustadas a la realidad incorporando aspectos cognitivos, emocionales y motores que permitan una mejor adaptación de los afectados a la realidad familiar, social y comunitaria para lograr así una rehabilitación funcional más plena en estos pacientes, dado que no debemos olvidar que la empatía juega un papel muy importante en la prosocialidad y en la supervivencia de las personas dentro del contexto social (Jiménez-Cortés, 2012; España, 2013).
Por todo lo expuesto anteriormente y debido a que las interferencias que causan las alteraciones que presentan estos pacientes en las distintas dimensiones de la cognición social y en la conducta social son muy relevantes, estas alteraciones se deben tener en cuenta a la hora de elegir tanto el método de evaluación como a la hora de diseñar la intervención neuropsicológica.